El documento que firman los “300
intelectuales” del “pensamiento sin costuras“ argentino encontró la veta, como
testaferro de poderes que quieren que trastabille la cuarentena, para golpear
al gobierno al afirmar que con el pretexto de la infección vivimos en una
dictadura.
Por Horacio González* (para La
Tecl@ Eñe)
Así como se fabrican caños sin
costura se fabrican pensamientos sin costura. Así como se despiden miles de
trabajadores, se despiden todos los basamentos verosímiles que pueden hacer
válidas las reflexiones del neoliberalismo. Porque un conjunto de ideas
encadenadas con cierta coherencia interna puede no ser compartido, pero puede
ser discutido, siempre que medie una comprensión de sus conceptos. ¿Cuándo
ocurre esa comprensión? Cuando se piensa con arquitecturas conceptuales que
pueden ser comprendidas. Podemos decir, intuyendo mucho, que cuando los
ofrecimientos teóricos que se nos hacen desde la derecha tienen cierto halo de
sensibilidad hacia sí mismos, es decir, que intentan sostenerse volviendo una y
otra vez sobre sus propias fisuras, no expulsando hacia el exterior todas las
malas soldaduras de su propio pensamiento, entonces la controversia se hace
genuina.
De esta manera, puedo decir que
comprendo los cimientos internos de un pensamiento como el de Friedman o von
Hayek. Tienen nudos teóricos y estadísticos -y porqué no filosóficos, Hayek se
sentía inspirado por Wittgenstein-, lo cual permite una discusión, la estimula,
la favorece. Cualquier discusión parte de una diferencia que puede ser
inagotable e imposible de salvar. Pero se puede hacer porque finalmente los
edificios que están en juego son todos vulnerables por el solo hecho de que
están en condiciones de referirse unos a otros. Ni Friedman ni Hayek, popes del
liberalismo de mercado que fascinó a sus pobres imitadores argentinos, no
tenían porqué tener una conciencia culposa respecto a las derechas tipo Reagan,
a las que uno de ellos apoyaba. Eran personas de la derecha que recogían el
filón de tradiciones del pensamiento occidental en cuanto a la economía
clásica, y su gran debate era con Keynes. Se podrá decir que no estaban en la
batalla diaria, que no precisaban recurrir a chicanas y golpes bajos -como se
verá es la nota predominante del documento que firman Sabsay, Kovadloff y
Sebreli, mas una serie de figuras del “pensamiento sin costuras“ argentino -,
pero los intelectuales del neoliberalismo o del conservadorismo en condiciones
de sentirse en la primera línea de una polémica, como el afamado Bertrand-Henry
Levi, acá no hay. Legítimo producto francés no pudo ser imitado, como Sebreli
hizo más o menos bien con Sartre, y luego también, pero derrapando, con Adorno
y Lukács. B-H Levi, a pesar de todas sus inconsecuencias y sus ligazones con
poderes mundiales efectivos, sin dejar de ser bastante inescrupuloso, no finge
pensar lo que no piensa.
Esto es lo que ocurre en el
manifiesto de los #== (es decir, los 300, si el lector se fija en su teclado
encima de esos números encontrará esos signos). Es decir, el manifiesto de los
#== (apretando solo las mayúsculas sobre los números correspondientes al 300 se
obtiene este jeroglífico) fingen no comprender lo que es una cuarentena, y a
ninguno de los #== se le ocurrió traer a la memoria algunos de los episodios de
la historia de la humanidad desde la peste de Atenas hasta el Ébola. Se podría decir que una historia, sea que la
miremos con el recurso a las mentalidades, a las ideas o a los conceptos,
siempre está tajeada por las pestes y la cuarentena. Una historia, en suma, es
lo que ocurre entre dos pestes. Y la de ahora es un evento universalizado en
razón de que el virus sale del interior de la relación siempre irresuelta entre
el mundo natural y animal, y el mundo animal y humano.
Son transferencias de elementos
reacios a una definición clara que se sueltan a cada movimiento intempestivo e
inadecuado del mundo histórico. No son un castigo de Dios, como creían los
santos medievales, ni una venganza de la naturaleza, como prefieren decir
algunos ecologistas radicales. Son algo más y algo menos que todo eso, un
profundo reacomodamiento de las sociedades que reciben al virus como un factor
que revela los momentos calcáreos de la sociedad, sus rutinas más mediocres,
sus lenguajes más fosilizados, sus desigualdades mas horribles, sus formas de movimiento
más escandalosas.
Por supuesto, la cuarentena, que
a su vez revela lo frágil que es la humanidad, que ha logrado levantar grandes
laboratorios y mandar cohetes al espacio para interceptar meteoritos, cuando
hay un peligro que ninguna vacuna por ahora puede descifrar. Ante ella hay una
reacción justa, la del ciudadano que percibe que los estados que toman la
cuarentena como política -no todos, sino los de orientación demócrata social y
no así los de orientación militarista xenofóbicos y aventuras de
institucionalizados que saltan al poder con votos-, esos estados, aquellos
estados, digo, están obligados a tomar medidas inusuales. Hay una razón para
ello, de tipo ético. Hay un valor mayor a defender, así sea la vida de un solo
hombre o una sola mujer. Pues una vida son todas las vidas.
Como la libertad de circular y de
trabajar son también valores esenciales se podría decir aquí que no hay un
conflicto de valores, sino una compleja cuestión donde siguen imperando como
siempre los valores de transito libre y trabajo como derecho natural y social,
pero hay un paréntesis excepcional que obliga a reducirlos o a cerrar las
ciudades. No se toman con alegría estas medidas, pues deben ser provisorias y
deben estar acotadas por contramedidas también excepcionales, las decisiones de
control sobre la ciudadanía que cumple el protocolo de aislamiento. Resumiendo,
hay muchas dificultades en la idea de protocolo, diría que sabemos
perfectamente que luego de este período oscuro, no deben ser prolongados esos
protocolos que sellan de inmovilidad la acción humana y debe encararse, por
parte de los gobiernos que no se conformen con seguir los dictados supremos de
los poderes internacionales, sean el FMI, los fondos de inversión e incluso la
OMS, Google, Zoom -no son comparables pero usufructúan los desequilibrios
poderosos con que la globalización atenaza las lenguas y los desplazamientos
reales-, pues aún hay que reconstruir las soberanías populares y recrear las
fuentes de trabajo aprovechando para que sean hechos novedosos, de honda
reparación social. Que objeten algo aquellos que parecen ser más libres, porque
deciden ir de picnic sin barbijos pero con tobilleras electrónicas, aunque no
puestas por un juez sino por el vendedor de celulares de la esquina.
Siendo así, la declaración de los
#== se da el lujo de ir a pasear por Palermo Hollywood, tocar algunos bocinazos
para romper la cuarentena y declarar que con el pretexto de la infección tenemos
una dictadura y se eliminan las sebrelibertades. Cuando hubo dictaduras que
realmente hacían eso y más que eso, no se los vio tan dicharacheros; acá
quieren romper la cuarentena en nombre de los pensamientos sin costuras contra
las débiles costuras que tiene esta decisión de un gobierno al que se le pueden
reprochar muchas cosas, por derecha desde luego, ya lo demuestra la declaración
de los entubados, pero también por izquierda. Sin embargo, las medidas de
cautela, que podrían convertirse en un desaconsejable experimento sobre una
sociedad administrada (cito a Adorno, Juan José), ahora son tomadas por
políticos que no tienen el menor rasgo de sentirse complacidos por esta
situación, como sí lo están Sebreli y Kovadloff, por esta dadivosa oportunidad
que tienen para expresar sus insensatos pensamientos, presumiblemente a favor
del trabajo. Les falta cantar la Marcha susodicha “Hoy es el día del trabajo”,
firmada por un personaje que no muchos recuerdan, el indeclinable doctor
Ivanisevich.
Sebreli escribió muchos libros,
en general defendiendo un pacato racionalismo liberal sin sustrato filosófico
alguno, contra los populismos que le acosaban su temerosa imaginación. Sus
trabajos juveniles sobre la alienación, bajo el influjo de Sartre y Marx,
tenían cierta gracia ensayística copiada del existencialismo, y a veces,
mostraban un afán de observación agudo, como con la cuestión del “ocio
represivo” en Mar del Plata. Luego, cuando decidió atacar los vitalismos y lo
que él veía como irracionalismo -así consiguió injuriar a Martínez Estrada-, ya
su fuerte era recibir los ecos de las filosofías más relevantes de cada momento
para instalar un libro adecuado, bien de estilo vicariato, inserto en el hueco
que le proporcionaba el oleaje que venía de las filosofías establecidas. En los
“deseos imaginarios del peronismo” compara a ese movimiento con la “SA”, el
grupo nazi no hitleriano. No le faltó nunca capacidades comparativistas, tan
infundadas como atractivas. Vio en el Tercer Mundo otro irracionalismo, negando
ya decididamente al Sartre que lo había visitado en sus años mozos. De estos
tiempos deja no obstante una buena autobiografía. Los años de una vida creo que
se llama. Después, sin percibirlo se convirtió en más sartreano que nunca, pues
fue un exacto y rencoroso hijo del ressentiment.
En fin, es una historia. Ahora
encontró la veta para golpear al gobierno, como testaferro sin costuras de
poderes que quieren que trastabille la cuarentena y por esa vía desguazar al
gobierno. Un gobierno democrático sin ningún tipo de virulencia hacia nadie,
también les molesta. Necesita que una parte de la población crea que la cifra
de muertos que ordena el capitalismo son mejores que las que la cuarentena
desea disminuir. Sabe Sebreli, el racionalista, el sebreliberal, que ahí se
puede abrir una hendedura, puramente irracional. Se asombrarían, él y sus
youtuberas withuot costures, a quienes, como emperadores de la racionalidad
empresarial, habían convocado en el Obelisco. Veamos un somero listado de los
que se habían congregado como sus fieles. Toda clase de tocados por
pensamientos adivinatorios, conspirativos, astrológicos, proféticos,
delirantes, macristas, manosantas, horoscopitos, víctimas de los baches enormes
de reflexión colectiva que hay en toda sociedad, rellenados con la materia
grasa del virus de la superchería y la gritería disparatada. No te leyeron
bien, Juan José.
Buenos Aires, 31 de mayo de 2020
*Sociólogo, escritor y ensayista.
Ex Director de la Biblioteca Nacional.
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