Por Iván Gabriel Dalmau
(CONICET-UNSAM-UBA)
Punto de partida
La actual pandemia de coronavirus ha suscitado una serie de debates dentro del ámbito del pensamiento político, debates en los que han intervenido renombradas figuras de dicho campo. En ese contexto, incluso por fuera del reducto de las y los especialistas, el nombre de Michel Foucault y su concepto de biopolítica han resonado de manera recurrente. No es objetivo de este escrito reseñar la discusión ni mucho menos entablar un diálogo puntual con alguna/o de las/os participantes. Por el contrario, nos proponemos realizar un aporte a partir de la revisión de determinados fragmentos de la caja de herramientas legada por Michel Foucault, en tanto que consideramos que resultan insoslayables para dar cuenta de nuestro presente.
Antes de proseguir, se nos impone la necesidad de realizar una serie aclaraciones. En primer lugar, la propuesta de revisitar la problematización foucaulteana de la biopolítica, bajo ningún punto de vista implica buscar respuestas cerradas a nuestros problemas, como si no hubiera “nada nuevo bajo el sol”. Si hace más de cuatro décadas el propio Foucault nos advertía, en el marco de su genealogía de la teoría del capital humano desarrollada por la Escuela de Chicago, que no resultaba pertinente leer las indagaciones de la genética como una suerte de reedición del racismo decimonónico; en la actualidad no podemos pasar por alto las transformaciones acontecidas en dicho saber, ni mucho menos desatender las modificaciones que tuvieron lugar a nivel de la informática, por no hablar del maridaje entre biología e informática que se encuentra a la base de la expansión de la biotecnología y el despliegue de técnicas y dispositivos bio–informáticos. Por otra parte, es indudable que la forma de gobernar las conductas, a partir de la producción y el consumo de libertad, ha mutado notablemente en las últimas décadas, de la mano de la expansión de la conectividad, el uso de plataformas virtuales, las redes sociales, etc., dando lugar a las harto conocidas prácticas de “gobierno algorítmico”, de las que Foucault – al no ser Nostradamus – no pudo hacerse una idea precisa… Reparos que, resulta ocioso reiterar, deben extenderse a las diferentes técnicas de gobierno neoliberal, como así también a las dinámicas del capitalismo con las que las prácticas de gobierno se encuentran imbricadas.
Un perfil de Foucault: la filosofía como actividad de diagnóstico
En reiteradas oportunidades, en un arco que se extiende – al menos – desde mediados de los años `60 hasta su muerte en 19841, Foucault ha reivindicado la práctica de la filosofía como actividad de diagnóstico, es decir como una interrogación que pretende dar cuenta del presente de quien filosofa, problematizando las coordenadas del pensamiento que lo constituyen. Por otra parte, resulta pertinente remarcar que esta forma de concebir el ejercicio de la crítica no implica, como una lectura superficial y conspirológica podría suponer, que la tarea del intelectual consista en denunciar que “todo sea malo”; sino que, por el contrario, se preocupa por mostrar que “todo puede ser potencialmente peligroso” y busca que sus aportes permitan “calibrar los peligros”. De este modo, en sus clásicos trabajos acerca de las formas de ejercicio de las relaciones de saber-poder en la modernidad, no se trata de una mera descripción destinada al entretenimiento erudito, pero tampoco de una lectura conspirativa que – implícitamente – romantizara la posibilidad de una forma de vida en la que no existieran las relaciones de poder, como si “el poder” fuera “algo malo”.
Por otra parte, tal como se encuentra implícito en la reivindicación del ejercicio de la filosofía como actividad de diagnóstico, es de destacar que, en la concepción foucaulteana, la crítica no se articula con la puesta en práctica de una reflexión que, articulada por objetivos normativos, se propondría fundamentar un sistema. Siguiendo una estela postnietzscheana, al problematizar las relaciones de saber-poder, Foucault se desmarca de la distinción entre “filosofía teórica” y “filosofía práctica”; de este modo, la problematización de las relaciones de saber-poder apunta a dar cuenta de la constitución de las coordenadas que constituyen los focos de experiencia que articulan nuestra actualidad, en lugar de elaborar una teoría del conocimiento y de fundamentar un programa sociopolítico.
La biopolítica en Foucault: una crítica que no romantiza
A partir de la lectura propuesta en el apartado precedente, nos proponemos reponer brevemente la manera en que Foucault problematiza la biopolítica a mediados de los años `70. Desde la perspectiva foucaulteana, la biopolítica surge en el pasaje del siglo XVIII al siglo XIX, en el contexto de expansión del capitalismo y de auge de los problemas suscitados por la vida en grandes centros urbanos. En dicho marco, la vida biológica de la población, considerada como un conjunto de seres vivos que se encuentran emplazados en un determinado medio, devendrá un blanco y un objetivo privilegiado dentro de los cálculos y las intervenciones del poder político2. De este modo, el control de las tasas de mortalidad, de morbilidad y de reproducción, de la circulación de enfermedades endémicas, de la salubridad de las condiciones de vida, entre otras cuestiones, se configurará como un problema insoslayable en el seno de la naciente sociedad de normalización. Sociedad que, como sostuvo Foucault, se configura a partir de la articulación entre la norma propia de la regulación biopolítica, centrada en los citados procesos cuya existencia se inscribe a nivel poblacional, y la norma propia del adiestramiento disciplinario del cuerpo. Tendríamos, entonces, dos polos, el centrado en la regulación global de los fenómenos de conjunto y el que se ciñe reticularmente en el cuerpo (a nivel capilar), de ahí remarcará Foucault la importancia dada al dispositivo de sexualidad, en tanto punto de entrecruzamiento entre el cuerpo y la población3.
De este modo, el concepto de biopolítica permite mostrar que el denominado proceso de medicalización, la expansión de las campañas de higiene pública y de los controles demográficos, no son fruto de la filantropía. Por el contrario, se trata de una transformación en las prácticas de saber-poder que, en el marco de la expansión del capitalismo, intervienen activamente sobre el cuerpo, la población y el medio en que la misma se encuentra emplazada, en pos de disponer de cuerpos dóciles (políticamente) y útiles (económicamente), como así también de una población sana y previsible en cuanto a sus fluctuaciones bio-patológicas. Forma de ejercicio del poder que emergerá en la modernidad capitalista y que se organizará, entonces, en torno a la articulación de intervenciones de distinto nivel: la órgano-disciplina de la institución y la bio-regulación por parte del Estado, disciplinamiento minucioso del cuerpo-máquina y estatización de lo biológico (el cuerpo-especie).
Ahora bien, aun si Foucault no hubiera afinado a finales de la década del `70 el concepto de biopolítica (cuestión en la que nos detendremos en el siguiente apartado), si tenemos en cuenta la concepción de la filosofía en la que se inscriben dichos desarrollos, cabría puntualizar algunas cuestiones. La crítica del supuesto carácter evidente de los focos que constituyen nuestra experiencia, es decir, el señalamiento del carácter contingente, perspectivístico y atravesado por las relaciones de saber-poder que poseen las coordenadas a partir de las que problematizamos la salud, la higiene, la vida, la medicina, la sexualidad, la familia, etc.; o sea, aquellas cuestiones que se presentan como incuestionables dado el supuesto fundamento indubitable sobre el que se erigen (sea moral o epistémico), bajo ningún punto de vista implica la reivindicación romántica de algo así como una forma de experiencia “previa” a la captura por las relaciones de saber-poder. Si, como el propio Foucault lo remarcara, sus investigaciones se proponen aportar indicadores tácticos para quienes se encuentran en lucha frente a ciertas formas de ejercicio del poder, de lo que se trata – justamente – es de pensar los modos adecuados de resistencia dadas las formas de experiencia que nos habitan y constituyen históricamente, sin caer en la ingenuidad de reivindicar una suerte de “afuera” con respecto a las relaciones de saber-poder. No hay en Foucault, un “grado cero” de la experiencia que, haciendo de la vida una potencia, permita pensar la resistencia en términos de sustracción, ya que el ejercicio del poder es algo más complejo que una metafísica de la captura. En definitiva, no hay en Foucault una apuesta vitalista.
El liberalismo como marco de la biopolítica en Foucault: contra las lecturas estadofóbicas
Ahora bien, si la revisión de la categoría de biopolítica, tal como Foucault la problematizara en 1976, nos permitió entrever lo endeble que resulta la apropiación de dicha grilla desde un enfoque romantizador, que agitara la consigna “las medidas que se toman en la pandemia son de carácter biopolítico”4 – cuestión indudable, por cierto – destilando un rancio aroma anarco-capitalista, consideramos que la declinación posterior de los trabajos foucaulteanos resulta, aun, más elocuente para desbaratar ese tipo de lecturas. En ese sentido, cabe destacar que en los cursos dictados en 1978 y 1979, el filósofo reinscribirá su genealogía de la biopolítica dentro del proyecto de elaboración de una “historia de la gubernamentalidad”; proyecto en el que se propondrá indagar las distintas formas de problematización acerca de cómo gobernar dentro del marco del ejercicio de la soberanía política, desde los albores de la modernidad hasta el siglo XX. Trazando, entonces, la filial compleja de la procedencia de la racionalidad política moderna y contemporánea, que permite ligar desde el gobierno político guiado por el principio de la Razón de Estado, hasta el gobierno económico, con sus torsiones fisiocrática, liberal y neoliberal. En estos trabajos, sostuvo que el surgimiento de la biopolítica debe enmarcarse dentro de las formas de gobierno económico, que toman a la población por objeto, las intervenciones reguladoras como dispositivos predominantes y la economía política como saber privilegiado5. Allí afirmará Foucault que el liberalismo debe ser estudiado como el marco de racionalidad de la biopolitica6.
Es de destacar que, en estos cursos, Foucault se propondrá desplegar su trabajo genealógico sin tomar como punto de partica “el objeto, la institución y la función”; por el contrario, trabajará sobre el archivo documentario suponiendo que “los universales no existen” y ensayará una historia en la que los lugares comunes del pensamiento político – Estado, Sociedad Civil, Economía, Sujeto, Soberano – emerjan como correlato de las prácticas de gobierno, en lugar de ser tomados como grillas que organizan de antemano la indagación de las prácticas gubernamentales. Por lo tanto, resulta fundamental remarcar que, si en 1976 Foucault caracterizaba la biopolítica como “estrategias de estatización de lo biológico”, en estos cursos reelabora la genealogía de la biopolítica prescindiendo de tomar el Estado como grilla.
Si bien, desde al menos 1975, Foucault era célebre por cuestionar las visiones estadocéntricas de la red de relaciones de poder7, consideramos que este énfasis en la relectura del problema biopolítico resulta fundamental, en la medida en que obtura de antemano cualquier intento de apropiación estadofóbica del concepto de biopolítica. Justamente, en el curso de 1979 le dedica una lección entera a la puesta en cuestión de lo que denominada como “críticas inflacionarias del Estado”, formas de crítica estadocéntricas que resultan peligrosamente tributarias de lo que Foucault caracteriza como “fobia al Estado”. Estadofobia perspicuamente alentada por el discurso fundacional del neoliberalismo alemán que, tomando el nazismo como campo de adversidad, señala que el régimen nazi es el punto de coalescencia en el que convergen las distintas formas de intervencionismo estatal sobre la economía, desde las políticas “socialistas” de redistribución progresiva del ingreso hasta la planificación y el dirigismo de cuño keynesiano. Lectura frente a la que Foucault opondrá su caracterización del nazismo como una forma de gubernamentalidad específica, la gubernamentalidad de partido, que no consiste en la expansión inusitada de la estatalidad – una suerte de “estatización de lo social” – sino más bien de un debilitamiento y subordinación del Estado al Partido.
Quisiéramos enfatizar que estos reparos y críticas que Foucault introduce frente a la fobia al Estado – posición que implícitamente presupone una lectura que se vale del Estado, en tanto universal, como grilla de inteligibilidad – nos permite desmarcar el concepto de biopolítica de la endeble y genérica denuncia neoliberal que percibe la amenaza del totalitarismo a la vuelta de la esquina ante cualquier práctica gubernamental que no se ciña a las recetas forjadas por las/os tecnócratas. Que el establishment agite el fantasma, para gobernar la opinión pública, de que toda política que no se someta a sus mandatos encierra una amenaza totalitaria, y que reivindiquen “democracias limitadas” o “dictaduras liberales” frente a la “dictadura de los votos” que tiene lugar en las “democracias ilimitadas”, lamentablemente no sorprende; sin embargo, que nos expropien las herramientas de que disponemos para criticarlos, es una jugada táctica que no podemos dejar pasar… menos aún que, tomando lecturas livianas de Foucault para untarse con un barniz progresista, algunas/os referentes del pensamiento político contemporáneo derrapen hacia el anarco-capitalismo.
Pensar la resistencia
Finalmente, quisiéremos compartir algunas hipótesis acerca del modo en que la grilla forjada por Foucault permite pensar el problema de la resistencia, discusión que, obviamente, no pretendemos agotar8. Por un lado, cabe recordar que en 1976, al reflexionar acerca de la grilla de inteligibilidad puesta en práctica para desentrañar el dispositivo de sexualidad, el filósofo introdujo la noción de polivalencia táctica de los discursos. Es decir, que las prácticas discursivas formadas en el seno del juego de las relaciones de saber-poder, podrían ser reapropriadas y reformuladas para poner en tensión de manera resistente algún punto de dicha red de relaciones. Noción que consideramos que podría ampliarse en términos de “polivalencia táctica de los dispositivos”. Por otra parte, en el curso dictado en 1979, en el que se propuso indagar la historia efectiva de la formación de los supuestos universales como correlato de las prácticas gubernamentales, caracterizó a los mismos como “realidades transaccionales”; en tanto que, si bien son constituidos como correlatos de las prácticas de gobierno, es decir como dispositivos gubernamentales, constantemente se le escapan a la práctica gubernamental.
Si, tal como lo señaláramos previamente, el juego de las relaciones de saber-poder es más complejo que una metafísica de la captura y, por lo tanto, la resistencia no puede ser pensada bajo la lógica de la sustracción, “el afuera” o el retorno romántico a lo prístino, cabría pensar la posibilidad de que los mismos correlatos de la gubernamentalidad moderna y contemporánea pudieran ser reapropiados y tensionados para resistir a las prácticas de gobierno liberal y neoliberal. Por ejemplo, frente a las concepciones estadofóbicas – que presuponen una grilla de inteligibilidad estadocéntrica – podrían pensarse ciertas articulaciones de la estatalidad como formas de resistencia, tanto ante las maniobras del capital concentrado local como frente a las jugadas del capital financiero internacional. En la misma línea, el ámbito del derecho, terreno privilegiado de la racionalidad liberal y neoliberal, habilita márgenes de apropiación que pueden articular prácticas de resistencia a dichas formas de gobierno económico. ¿No es, acaso, la reivindicación de un derecho humano básico, como el derecho a la salud, lo que amalgama las prácticas de gobierno de la pandemia que se resisten a someter la vida y la muerte al cálculo economicista de costo-beneficio? Sostener el rumbo, anclado en el cuidado del/a otro/a, aun cuando los indicadores económicos no dejan de mostrar que la esperable crisis resulta cada vez más cercana, ¿no es una forma de resistencia a la racionalidad neoliberal que sostiene que debemos dejarnos “afectar por la realidad” y adecuarnos a las fluctuaciones del medio?
Frente a las/os estadofóbicas/os, no podemos dejar de plantear que afrontar la crisis requerirá la articulación de una racionalidad gubernamental que, desde el Estado, avance decididamente frente a los sectores concentrados, aquellos que presentan la conservación de sus privilegios de clase como el “límite insuperable” que “la economía” impone de manera “objetiva” a las posibilidades de cuidado del/a otro/a. Dado que hemos apelado a la noción de polivalencia táctica de los dispositivos, y que en la introducción mentábamos el rol estratégico de la informática en la configuración actual de prácticas de “gobierno algorítmico”, cabe preguntarse si no son esos mismos dispositivos los que podrían, en parte, ser reapropiados para el desarrollo de técnicas de fiscalización de la evasión, la elusión y la fuga de capitales.
Por supuesto que estos planteos, a mero título de hipótesis, bajo ningún punto de vista implican abandonar la tarea filosófica como una labor de diagnóstico que consiste en calibrar los peligros, sino más bien todo lo contario. En ese sentido, enfatizamos que no se trata en absoluto de recaer en una concepción normativa de la crítica, a través de la propuesta de fundamentos para un programa de sociedad ideal, ni de la reivindicación “conservadora” de los principios del Estado de Bienestar, lugar en el que querrían colocarnos las/os adalides de la “reforma permanente”. Por el contrario, sostenemos que – valga la redundancia – el ejercicio de la crítica en tanto actividad de diagnóstico del presente, debe propender a calibrar los peligros y explorar formas de resistencia que habiliten la constitución de una vida-otra y un mundo-otro, sin desatender a las enormes limitaciones impuestas por la correlación actual de fuerzas (que se enmarcan en las dinámicas contemporáneas de acumulación del capital).
1 Nos referimos a una serie que atraviesa los trabajos foucaulteanos, y que se despliega desde tempranas entrevistas brindadas a mediados de la década del `60, en las que reivindica el carácter diagnóstico de sus trabajos arqueológicos, hasta las conocidas lecturas recurrentes – que realiza entre 1978 y 1984 – en torno al opúsculo kantiano dedicado a la Ilustración.
2 Foucault, M. (1997), « Il faut défendre la société ». Cours au Collège de France. 1976, Paris, Éditions Gallimard SEUIL.
3 Foucault, M. (1976), La volonté de savoir. Histoire de la sexualité 1, Paris, Éditions Gallimard.
4 Por otra parte, cabe recordar que en 1976 Foucault caracteriza la biopolítica por medio de la fórmula “hacer vivir – dejar morir”, en contraposición al poder de espada del soberano que consistiría en “hacer morir – dejar vivir”. En ese sentido, no puede pasarse por alto que el “dejar morir” forma parte de la lógica biopolítica, ni mucho menos puede desatenderse el hecho de que Foucault señalara que el “exponer al riesgo de muerte” configura una de las declinaciones del “dejar morir”. Por lo tanto, la opción economicista de “dejar morir” para, por ejemplo, “salvar el sueño americano”, difícilmente puede ser considerada como “por fuera” de la biopolítica, a pesar de lo que las propuestas entusiastas de las/os “libertarias/os” parecieran señalar. Enfatizamos, entonces, que si bien el concepto de biopolítica no tiene un carácter moral, sino que se inscribe “más allá del bien y del mal”, incluso si lo tuviera, la opción economicista “anti-medicalización” no es “menos biopolítica” que el supuesto “gobierno de las/os médicas/os”.
5 Foucault, M. (2004), Sécurité, Territoire, Population. Cours au Collège de France. 1977-1978, Paris, Éditions Gallimard SEUIL.
6 Foucault, M. (2004), Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-1979, Paris, Éditions Gallimard SEUIL.
7 Foucault, M. (1975), Surveiller et Punir. Naissance de la prison, Paris, Éditions Gallimard.
8 De hecho, no nos detendremos en las cruciales reflexiones desarrolladas por Foucault a comienzos de la década del `80, cuando reformuló la grilla gubernamental en términos de gobierno mediante de la verdad y se dispuso a indagar formas de problematización de la relación consigo mismo, con los otros y con la verdad que tuvieron lugar en el mundo grecolatino, contraponiéndolas a la pastoral cristiana de las almas. Pastorado cristiano que, con su preocupación por velar al mismo tiempo por el rebaño en su totalidad y por cada una de las ovejas en particular (la célebre paradoja del pastor: omnes et singulatim), fue problematizado por Foucault como el antecedente remoto de la racionalidad política moderna y contemporánea.