domingo, 31 de mayo de 2020

Efectos del coronavirus en la subjetividad: distopía y negocio empresarial NORA MERLIN


Efectos del coronavirus en la subjetividad: distopía y negocio empresarial
NORA MERLIN




El virus, un acontecimiento biológico, político, social y económico, produjo y producirá diferentes efectos en la subjetividad que tenemos que ir evaluando.
¿Se trata de una interrupción, un paréntesis y después volveremos a la vida normal? ¿Es un cambio definitivo? ¿Comienza una nueva vida? ¿Qué nos espera cuando finalice la pandemia?
Si bien es temprano para dar respuestas, ya podemos afirmar que el coronavirus sacudió nuestros habituales modos de vida. El aislamiento físico se presenta como nuevo imperativo cultural, así lo expresan el hashtag “quédate en casa”, la distancia prudencial que se debe mantener en las escasas salidas, el obligatorio uso del barbijo y el saludo codo a codo. La vida casi completamente virtualizada va produciendo una nueva normalidad, en la que el cuerpo y el encuentro real han quedado prácticamente eliminados en los intercambios, mientras las cosas se mediatizan y hasta transforman en signos y mensajes.
La hiperconexión virtual, por Whatsapp, Skype, Zoom y un largo etcétera, constituye el recurso fundamental para que la cuarentena, única vacuna por el momento contra el coronavirus, no implique un aislamiento social absoluto. De un día para otro y casi sin entrenar, la subjetividad debió dar un salto tecnológico, reconvirtiéndose a home office, teleeducación y relaciones interpersonales por las redes. La virtualidad se impuso intempestivamente formando parte de una nueva normalidad, y todo hace suponer que vino para quedarse. Es necesario comenzar a pensar la relación entre el cambio del uso tecnológico en curso, los procesos sociales y los efectos en la subjetividad.
Bifo Berardi afirmó que la mutación tecnológica no involucra sólo los hábitos, sino que afecta también nuestra sensibilidad. La creciente digitalización interviene y condiciona la manera en que percibimos y proyectamos. Recordemos que el cuerpo, que no es natural ni biológico, se constituye y erotiza desde el nacimiento a partir de los cuidados del Otro. Esos intercambios en los que intervienen la piel -en tanto superficie de inscripción-, el pecho, las heces, la mirada y la voz junto con sus zonas corporales, encarnan para cada sujeto de manera indeleble la marca erótico-existencial de su ser en el mundo.
En medio de la pandemia, estando obstaculizadas las conexiones y los intercambios reales, de donde resulta la virtualidad como regla, y la presencia de los cuerpos la excepción, cabe que nos preguntemos ¿La virtualización de la vida pone en peligro las relaciones afectivas? ¿Cómo sentir el cuerpo, el sufrimiento o el placer del otro sin encuentros reales? ¿Hallarán los afectos maneras de resurgir? ¿Cómo será el amor y la sexualidad de una subjetividad que limita al máximo el contacto real?

La vida en cuarentena se convirtió en un laboratorio en el que se comprueba que el mundo virtualizado es altamente rentable para gran parte de empresas privadas, que se ahorran la infraestructura, y mucho más para las corporaciones informáticas, que al beneficio anterior suman el del extraordinario incremento de sus ventas. Se plantea el riesgo de que la virtualidad se convierta en una forma privilegiada de vida que incluye comercio, telesalud, teletrabajo, teleeducación y hasta gimnasios.

A partir del coronavirus nuestra existencia transcurre en una distopía, como si pasáramos a protagonizar episodios de la saga de «Black Mirror ». Los contagios en las villas y los muertos por la pandemia, como una pesadilla horrorosa nos despiertan del sueño virtual y nos recuerdan que el crimen de la realidad real, como decía Baudrillard, no se consumó del todo.
 Durante más de 30 años la neoliberal consigna “No hay más alternativa” ganó el sentido común global y una subjetividad colonizada se sometió a ese “mandato”. Hoy las corporaciones informáticas, Google, Amazon, Apple y el resto, se están ofreciendo como nuestra única esperanza para protegernos de los nuevos virus que nos acompañarán en los próximos años. Es un deja vu, una nueva versión que lleva a instalar y hacer creer que “No hay más alternativa”.
Asumiendo que las transformaciones tecnológicas son imposibles de ser frenadas, debemos estar advertidos de esta forma contemporánea de dominación de la subjetividad, que pretende hacernos creer que no hay más alternativa que la virtualización de la vida.
A partir del desencadenamiento del coronavirus, en contraposición a la thanatopolítica neoliberal que pretende levantar la cuarentena para defender el mercado, vemos surgir otras posibilidades que apuntan a fortalecer el Estado, la salud pública, la distribución más equitativa y custodiar los derechos. Constatamos un cambio en los valores en el que la solidaridad, el cuidar al otro y el cuidarse parecen rechazar al individualismo neoliberal. Estos valores, solidaridad y cuidado, son imprescindibles para la construcción política de un pueblo.
La cultura hoy se plantea como un campo de batalla entre las corporaciones y las fuerzas populares, en el que se dirime nuestro modo de vida, resultando el cuerpo el botín de guerra o su defensa colectiva lo que se vislumbra como alternativa radical. El conflicto se resume como  Eros o Tánatos.
A partir del coronavirus, el mantenimiento de los lazos sociales reales y la política participativa se convierten en formas de resistencia y en el desafío político principal.

martes, 26 de mayo de 2020

OPERACION ANGUSTIA, por Nora Merlin.

Operación Angustia

Nora Merlín.

Fuente: https://www.eldestapeweb.com/
Llama la atención que TN, Clarín e Infobae se preocupen tanto por la salud mental de la población, en tanto no se opusieron, durante la gestión de Cambiemos, a la falta de inversión en el sistema de salud.

La semana pasada TN realizó una entrevista a un psicólogo de la Facultad de Psicología de la UBA, en la que se refirieron a los problemas en la salud mental que trae la cuarentena.

 En esa misma línea, luego de los anuncios del presidente sobre la extensión de la cuarentena, una periodista de Clarín le preguntó a Alberto Fernández si no tenía en cuenta la angustia social que estaba generando la cuarentena. Infobae, el 25 de mayo, publica un artículo en el que entrevista a 11 psicólogos y psicoanalistas que confirman “el sentimiento de angustia en tiempos de coronavirus”.

Llama la atención que TN, Clarín e Infobae se preocupen tanto por la salud mental de la población, en tanto no se opusieron, durante la gestión de Cambiemos, a la falta de inversión en el sistema de salud, que llegó hasta el desmantelamiento del Ministerio de Salud por parte del expresidente Macri, desprotegiendo física y psíquicamente a las grandes mayorías sociales, por citar un ejemplo en la larga lista de descuidos a la subjetividad.

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

A partir de la pandemia la vida se volvió extraña; de un día para otro nos convertimos en protagonistas de una distopía. El aislamiento, la reclusión en las casas, la suspensión casi total de las actividades, la desorganización de la vida, la pérdida económica, el miedo al contagio y a la muerte se volvieron moneda corriente. No es necesario ser psicólogo o psicoanalista para reconocer que en la cuarentena se vivencian una amplia gama de sensaciones y afectos displacenteros que implican padecimiento para el aparato psíquico; pero no se trata de una angustia generada  por el aislamiento mismo, aunque su implementación nos afecte, sino por aquello que lo motiva, el coronavirus.


La angustia, tal como la plantea Freud desde el comienzo hasta el final de su obra, surge cuando el Otro de los cuidados se ausenta y se genera un estado de aumento de la tensión que se vive como amenazante, porque se está en situación de indefensión y desamparo.

En la Argentina, el aislamiento se produjo con planificación y prevención cuando la epidemia no estaba desencadenada. La estrategia del gobierno y del Ministerio de Salud consistió en organizar la comunidad, poniendo el Estado al servicio de la salud y la contención pueblo.

En el tiempo de la urgencia, se entendió que el otro no es ni mi enemigo ni el culpable, sino mi prójimo. Que la suerte y el cuidado de él también es el mío, ya que es imposible salvarse sólo. Que el amor es político y que el aislamiento nada tiene que ver con el individualismo neoliberal, en el que cada uno, indiferente al prójimo, se enfrasca en su tribu mientras se mira el ombligo. Se configuró en el país un aislamiento que no fue exclusión ni identificación al resto, sino un acto de amor político, de cuidado de sí y de la comunidad, porque la solidaridad no es caridad, sino la base de lo colectivo.

El cuidado o el control del Estado no tiene que ser en sí mismo persecutorio y hostil; puede consistir en una acción política democrática de intentar frenar la muerte, no sólo para la élite, sino para todxs. Tampoco la obediencia indica siempre servilismo; puede significar, como sucede mayoritariamente en la Argentina en las actuales circunstancias, la decisión responsable y colectiva de asumir que el cuidado propio implica también el de todxs, y viceversa.


Los países organizados por la lógica del mercado, basada en la reducción de los costos, dejaron al cuerpo singular y social amenazado por la enfermedad y la muerte. Esos países  no cuidaron a su gente, la dejaron a la intemperie, en angustiosa  indefensión y expuesta a la muerte.

Los medios corporativos, eslabón cómplice de un sistema tanatopolítico que decide quién vive y quién muere, una vez más pretenden sugestionar y capturarnos con sus dispositivos de control. Intentan hoy atacar la cuarentena, fogoneando el cuento de la angustia y la salud mental: su operación es desplazar el peligro del virus a las medidas de protección y cuidado que apuntan a evitarlo, a defender la vida ante su mayor enemigo, el riesgo de perderla. Como si, refugiados en medio de un bombardeo, se nos hablara de la angustia por el encierro, convocándonos a disfrutar de la libertad individual del exterior, al precio de ser exterminados.

Hay que ser muy canalla para afirmar que la cuarentena genera problemas de salud mental. Se trata de un argumento ideológico agitado por el establishment en nombre de la ciencia, que negligentemente clama por el levantamiento de la cuarentena para privilegiar sus ganancias; ¿y los muertos?  Ya se sabe cómo piensan: una vez más, que los ponga el pueblo.

domingo, 17 de mayo de 2020

FOUCAULT EN MEDIO DE LA PANDEMIA

DE LA BIOPOLÍTICA A LA RESISTENCIA
FOUCAULT EN MEDIO DE LA PANDEMIA

Por Iván Gabriel Dalmau 
(CONICET-UNSAM-UBA) 

Punto de partida 

La actual pandemia de coronavirus ha suscitado una serie de debates dentro del ámbito del pensamiento político, debates en los que han intervenido renombradas figuras de dicho campo. En ese contexto, incluso por fuera del reducto de las y los especialistas, el nombre de Michel Foucault y su concepto de biopolítica han resonado de manera recurrente. No es objetivo de este escrito reseñar la discusión ni mucho menos entablar un diálogo puntual con alguna/o de las/os participantes. Por el contrario, nos proponemos realizar un aporte a partir de la revisión de determinados fragmentos de la caja de herramientas legada por Michel Foucault, en tanto que consideramos que resultan insoslayables para dar cuenta de nuestro presente. 
Antes de proseguir, se nos impone la necesidad de realizar una serie aclaraciones. En primer lugar, la propuesta de revisitar la problematización foucaulteana de la biopolítica, bajo ningún punto de vista implica buscar respuestas cerradas a nuestros problemas, como si no hubiera “nada nuevo bajo el sol”. Si hace más de cuatro décadas el propio Foucault nos advertía, en el marco de su genealogía de la teoría del capital humano desarrollada por la Escuela de Chicago, que no resultaba pertinente leer las indagaciones de la genética como una suerte de reedición del racismo decimonónico; en la actualidad no podemos pasar por alto las transformaciones acontecidas en dicho saber, ni mucho menos desatender las modificaciones que tuvieron lugar a nivel de la informática, por no hablar del maridaje entre biología e informática que se encuentra a la base de la expansión de la biotecnología y el despliegue de técnicas y dispositivos bioinformáticos. Por otra parte, es indudable que la forma de gobernar las conductas, a partir de la producción y el consumo de libertad, ha mutado notablemente en las últimas décadas, de la mano de la expansión de la conectividad, el uso de plataformas virtuales, las redes sociales, etc., dando lugar a las  harto conocidas prácticas de “gobierno algorítmico”, de las que Foucault – al no ser  Nostradamus – no pudo hacerse una idea precisa Reparos que, resulta ocioso reiterar, deben extenderse a las diferentes técnicas de gobierno neoliberal, como así también a las dinámicas del capitalismo con las que las prácticas de gobierno se encuentran imbricadas. 

Un perfil de Foucault: la filosofía como actividad de diagnóstico 

En reiteradas oportunidades, en un arco que se extiende – al menos – desde mediados de los años `60 hasta su muerte en 19841, Foucault ha reivindicado la práctica de la filosofía como actividad de diagnóstico, es decir como una interrogación que pretende dar cuenta del presente de quien filosofa, problematizando las coordenadas del pensamiento que lo constituyen. Por otra parte, resulta pertinente remarcar que esta forma de concebir el ejercicio de la crítica no implica, como una lectura superficial y conspirológica podría suponer, que la tarea del intelectual consista en denunciar que “todo sea malo”; sino que, por el contrario, se preocupa por mostrar que “todo puede ser potencialmente peligroso” y busca que sus aportes permitan “calibrar los peligros”. De este modo, en sus clásicos trabajos acerca de las formas de ejercicio de las relaciones de saber-poder en la modernidad, no se trata de una mera descripción destinada al entretenimiento erudito, pero tampoco de una lectura conspirativa que – implícitamente – romantizara la posibilidad de una forma de vida en la que no existieran las relaciones de poder, como si “el poder” fuera “algo malo”.  
Por otra parte, tal como se encuentra implícito en la reivindicación del ejercicio de la filosofía como actividad de diagnóstico, es de destacar que, en la concepción foucaulteana, la crítica no se articula con la puesta en práctica de una reflexión que, articulada por objetivos normativos, se propondría fundamentar un sistema. Siguiendo una estela postnietzscheana, al problematizar las relaciones de saber-poder, Foucault se desmarca de la distinción entre “filosofía teórica” y “filosofía práctica”; de este modo, la problematización de las relaciones de saber-poder apunta a dar cuenta de la constitución de las coordenadas que constituyen los focos de experiencia que articulan nuestra actualidad, en lugar de elaborar una teoría del conocimiento y de fundamentar un programa sociopolítico.  

La biopolítica en Foucault: una crítica que no romantiza 

A partir de la lectura propuesta en el apartado precedente, nos proponemos reponer brevemente la manera en que Foucault problematiza la biopolítica a mediados de los años `70. Desde la perspectiva foucaulteana, la biopolítica surge en el pasaje del siglo XVIII al siglo XIX, en el contexto de expansión del capitalismo y de auge de los problemas suscitados por la vida en grandes centros urbanos.  En dicho marco, la vida biológica de la población, considerada como un conjunto de seres vivos que se encuentran emplazados en un determinado medio, devendrá un blanco y un objetivo privilegiado dentro de los cálculos y las intervenciones del poder político2. De este modo, el control de las tasas de mortalidad, de morbilidad y de reproducción, de la circulación de enfermedades endémicas, de la salubridad de las condiciones de vida, entre otras cuestiones, se configurará como un problema insoslayable en el seno de la naciente sociedad de normalización. Sociedad que, como sostuvo Foucault, se configura a partir de la articulación entre la norma propia de la regulación biopolítica, centrada en los citados procesos cuya existencia se inscribe a nivel poblacional, y la norma propia del adiestramiento disciplinario del cuerpo. Tendríamos, entonces, dos polos, el centrado en la regulación global de los fenómenos de conjunto y el que se ciñe reticularmente en el cuerpo (a nivel capilar), de ahí remarcará Foucault la importancia dada al dispositivo de sexualidad, en tanto punto de entrecruzamiento entre el cuerpo y la población3.   
De este modo, el concepto de biopolítica permite mostrar que el denominado proceso de medicalización, la expansión de las campañas de higiene pública y de los controles demográficos, no son fruto de la filantropía. Por el contrario, se trata de una transformación en las prácticas de saber-poder que, en el marco de la expansión del capitalismo, intervienen activamente sobre el cuerpo, la población y el medio en que la misma se encuentra emplazada, en pos de disponer de cuerpos dóciles (políticamente) y útiles (económicamente), como así también de una población sana y previsible en cuanto a sus fluctuaciones bio-patológicas. Forma de ejercicio del poder que emergerá en la modernidad capitalista y que se organizará, entonces, en torno a la articulación de intervenciones de distinto nivel: la órgano-disciplina de la institución y la bio-regulación por parte del Estado, disciplinamiento minucioso del cuerpo-máquina y estatización de lo biológico (el cuerpo-especie).   
Ahora bien, aun si Foucault no hubiera afinado a finales de la década del `70 el concepto de biopolítica (cuestión en la que nos detendremos en el siguiente apartado), si tenemos en cuenta la concepción de la filosofía en la que se inscriben dichos desarrollos, cabría puntualizar algunas cuestiones. La crítica del supuesto carácter evidente de los focos que constituyen nuestra experiencia, es decir, el señalamiento del carácter contingente, perspectivístico y atravesado por las relaciones de saber-poder que poseen las coordenadas a partir de las que problematizamos la salud, la higiene, la vida, la medicina, la sexualidad, la familia, etc.; o sea, aquellas cuestiones que se presentan como incuestionables dado el supuesto fundamento indubitable sobre el que se erigen (sea moral o epistémico), bajo ningún punto de vista implica la reivindicación romántica de algo así como una forma de experiencia “previa” a la captura por las relaciones de saber-poder. Si, como el propio Foucault lo remarcara, sus investigaciones se proponen aportar indicadores tácticos para quienes se encuentran en lucha frente a ciertas formas de ejercicio del poder, de lo que se trata – justamente – es de pensar los modos adecuados de resistencia dadas las formas de experiencia que nos habitan y constituyen históricamente, sin caer en la ingenuidad de reivindicar una suerte de “afuera” con respecto a las relaciones de saber-poder. No hay en Foucault, un “grado cero” de la experiencia que, haciendo de la vida una potencia, permita pensar la resistencia en términos de sustracción, ya que el ejercicio del poder es algo más complejo que una metafísica de la captura. En definitiva, no hay en Foucault una apuesta vitalista. 

El liberalismo como marco de la biopolítica en Foucault: contra las lecturas estadofóbicas  

Ahora bien, si la revisión de la categoría de biopolítica, tal como Foucault la problematizara en 1976, nos permitió entrever lo endeble que resulta la apropiación de dicha grilla desde un enfoque romantizador, que agitara la consigna “las medidas que se toman en la pandemia son de carácter biopolítico”4 – cuestión indudable, por cierto – destilando un rancio aroma anarco-capitalista, consideramos que la declinación posterior de los trabajos foucaulteanos resulta, aun, más elocuente para desbaratar ese tipo de lecturas. En ese sentido, cabe destacar que en los cursos dictados en 1978 y 1979, el filósofo reinscribirá su genealogía de la biopolítica dentro del proyecto de elaboración de una “historia de la gubernamentalidad”; proyecto en el que se propondrá indagar las distintas formas de problematización acerca de cómo gobernar dentro del marco del ejercicio de la soberanía política, desde los albores de la modernidad hasta el siglo XX. Trazando, entonces, la filial compleja de la procedencia de la racionalidad política moderna y contemporánea, que permite ligar desde el gobierno político guiado por el principio de la Razón de Estado, hasta el gobierno económico, con sus torsiones fisiocrática, liberal y neoliberal. En estos trabajos, sostuvo que el surgimiento de la biopolítica debe enmarcarse dentro de las formas de gobierno económico, que toman a la población por objeto, las intervenciones reguladoras como dispositivos predominantes y la economía política como saber privilegiado5. Allí afirmará Foucault que el liberalismo debe ser estudiado como el marco de racionalidad de la biopolitica6. 
Es de destacar que, en estos cursos, Foucault se propondrá desplegar su trabajo genealógico sin tomar como punto de partica “el objeto, la institución y la función”; por el contrario, trabajará sobre el archivo documentario suponiendo que “los universales no existen” y  ensayará una historia en la que los lugares comunes del pensamiento político – Estado, Sociedad Civil, Economía, Sujeto, Soberano – emerjan como correlato de las prácticas de gobierno, en lugar de ser tomados como grillas que organizan de antemano la indagación de las prácticas gubernamentales.  Por lo tanto, resulta fundamental remarcar que, si en 1976 Foucault caracterizaba la biopolítica como “estrategias de estatización de lo biológico”, en estos cursos reelabora la genealogía de la biopolítica prescindiendo de tomar el Estado como grilla.  
Si bien, desde al menos 1975, Foucault era célebre por cuestionar las visiones estadocéntricas de la red de relaciones de poder7, consideramos que este énfasis en la relectura del problema biopolítico resulta fundamental, en la medida en que obtura de antemano cualquier intento de apropiación estadofóbica del concepto de biopolítica. Justamente, en el curso de 1979 le dedica una lección entera a la puesta en cuestión de lo que denominada como “críticas inflacionarias del Estado”, formas de crítica estadocéntricas que resultan peligrosamente tributarias de lo que Foucault caracteriza como “fobia al Estado”. Estadofobia perspicuamente alentada por el discurso fundacional del neoliberalismo alemán que, tomando el nazismo como campo de adversidad, señala que el régimen nazi es el punto de coalescencia en el que convergen las distintas formas de intervencionismo estatal sobre la economía, desde las políticas “socialistas” de redistribución progresiva del ingreso hasta la planificación y el dirigismo de cuño keynesiano. Lectura frente a la que Foucault opondrá su caracterización del nazismo como una forma de gubernamentalidad específica, la gubernamentalidad de partido, que no consiste en la expansión inusitada de la estatalidad – una suerte de “estatización de lo social” – sino más bien de un debilitamiento y subordinación del Estado al Partido.  
Quisiéramos enfatizar que estos reparos y críticas que Foucault introduce frente a la fobia al Estado – posición que implícitamente presupone una lectura que se vale del Estado, en tanto universal, como grilla de inteligibilidad – nos permite desmarcar el concepto de biopolítica de la endeble y genérica denuncia neoliberal que percibe la amenaza del totalitarismo a la vuelta de la esquina ante cualquier práctica gubernamental que no se ciña a las recetas forjadas por las/os tecnócratas. Que el establishment agite el fantasma, para gobernar la opinión pública, de que toda política que no se someta a sus mandatos encierra una amenaza totalitaria, y que reivindiquen “democracias limitadas” o “dictaduras liberales” frente a la “dictadura de los votos” que tiene lugar en las “democracias ilimitadas”, lamentablemente no sorprende; sin embargo, que nos expropien las herramientas de que disponemos para criticarlos, es una jugada táctica que no podemos dejar pasar… menos aún que, tomando lecturas livianas de Foucault para untarse con un barniz progresista, algunas/os referentes del pensamiento político contemporáneo derrapen hacia el anarco-capitalismo. 

Pensar la resistencia 

Finalmente, quisiéremos compartir algunas hipótesis acerca del modo en que la grilla forjada por Foucault permite pensar el problema de la resistencia, discusión que, obviamente, no pretendemos agotar8. Por un lado, cabe recordar que en 1976, al reflexionar acerca de la grilla de inteligibilidad puesta en práctica para desentrañar el dispositivo de sexualidad, el filósofo introdujo la noción de polivalencia táctica de los discursos. Es decir, que las prácticas discursivas formadas en el seno del juego de las relaciones de saber-poder, podrían ser reapropriadas y reformuladas para poner en tensión de manera resistente algún punto de dicha red de relaciones. Noción que consideramos que podría ampliarse en términos de “polivalencia táctica de los dispositivos”Por otra parte, en el curso dictado en 1979,  en el que se propuso indagar la historia efectiva de la formación de los supuestos universales como correlato de las prácticas gubernamentales, caracterizó a los mismos como “realidades transaccionales”; en tanto que, si bien son constituidos como correlatos de las prácticas de gobierno, es decir como dispositivos gubernamentales, constantemente se le escapan a la práctica gubernamental.   
Si, tal como lo señaláramos previamente, el juego de las relaciones de saber-poder es más complejo que una metafísica de la captura y, por lo tanto, la resistencia no puede ser pensada bajo la lógica de la sustracción, “el afuera” o el retorno romántico a lo prístino, cabría pensar la posibilidad de que los mismos correlatos de la gubernamentalidad moderna y contemporánea pudieran ser reapropiados y tensionados para resistir a las prácticas de gobierno liberal y neoliberal. Por ejemplo, frente a las concepciones estadofóbicas – que presuponen una grilla de inteligibilidad estadocéntrica – podrían pensarse ciertas articulaciones de la estatalidad como formas de resistencia, tanto ante las maniobras del capital concentrado local como frente a las jugadas del capital financiero internacional. En la misma línea, el ámbito del derecho, terreno privilegiado de la racionalidad liberal y neoliberal, habilita márgenes de apropiación que pueden articular prácticas de resistencia a dichas formas de gobierno económico. ¿No es, acaso, la reivindicación de un derecho humano básico, como el derecho a la salud, lo que amalgama las prácticas de gobierno de la pandemia que se resisten a someter la vida y la muerte al cálculo economicista de costo-beneficio? Sostener el rumbo, anclado en el cuidado del/a otro/a, aun cuando los indicadores económicos no dejan de mostrar que la esperable crisis resulta cada vez más cercana, ¿no es una forma de resistencia a la racionalidad neoliberal que sostiene que debemos dejarnos “afectar por la realidad” y adecuarnos a las fluctuaciones del medio?  
Frente a las/os estadofóbicas/os, no podemos dejar de plantear que afrontar la crisis requerirá la articulación de una racionalidad gubernamental que, desde el Estado, avance decididamente frente a los sectores concentrados, aquellos que presentan la conservación de sus privilegios de clase como el “límite insuperable” que “la economía” impone de manera “objetiva” a las posibilidades de cuidado del/a otro/aDado que hemos apelado a la noción de polivalencia táctica de los dispositivos, y que en la introducción mentábamos el rol estratégico de la informática en la configuración actual de prácticas de “gobierno algorítmico”, cabe preguntarse si no son esos mismos dispositivos los que podrían, en parte, ser reapropiados para el desarrollo de técnicas de fiscalización de la evasión, la elusión y la fuga de capitales. 
Por supuesto que estos planteos, a mero título de hipótesis, bajo ningún punto de vista implican abandonar la tarea filosófica como una labor de diagnóstico que consiste en calibrar los peligros, sino más bien todo lo contario. En ese sentido, enfatizamos que no se trata en absoluto de recaer en una concepción normativa de la crítica, a través de la propuesta de fundamentos para un programa de sociedad ideal, ni de la reivindicación “conservadora” de los principios del Estado de Bienestar, lugar en el que querrían colocarnos las/os adalides de la “reforma permanente”. Por el contrario, sostenemos que – valga la redundancia – el ejercicio de la crítica en tanto actividad de diagnóstico del presente, debe propender a calibrar los peligros y explorar formas de resistencia que habiliten  la constitución de una vida-otra y un mundo-otro, sin desatender las enormes limitaciones impuestas por la correlación actual de fuerzas (que se enmarcan en las dinámicas contemporáneas de acumulación del capital).    



1 Nos referimos a una serie que atraviesa los trabajos foucaulteanos, y que se despliega desde tempranas entrevistas brindadas a mediados de la década del `60, en las que reivindica el carácter diagnóstico de sus trabajos arqueológicos, hasta las conocidas lecturas recurrentes – que realiza entre 1978 y 1984 – en torno al opúsculo kantiano dedicado a la Ilustración.
2 Foucault, M. (1997), « Il faut défendre la société ». Cours au Collège de France. 1976, Paris, Éditions Gallimard SEUIL.
3 Foucault, M. (1976), La volonté de savoir. Histoire de la sexualité 1, Paris, Éditions Gallimard.
4 Por otra parte, cabe recordar que en 1976 Foucault caracteriza la biopolítica por medio de la fórmula “hacer vivir – dejar morir”, en contraposición al poder de espada del soberano que consistiría en “hacer morir – dejar vivir”. En ese sentido, no puede pasarse por alto que el “dejar morir” forma parte de la lógica biopolítica, ni mucho menos puede desatenderse el hecho de que Foucault señalara que el “exponer al riesgo de muerte” configura una de las declinaciones del “dejar morir”. Por lo tanto, la opción economicista de “dejar morir” para, por ejemplo, “salvar el sueño americano”, difícilmente puede ser considerada como “por fuera” de la biopolítica, a pesar de lo que las propuestas entusiastas de las/os “libertarias/os” parecieran señalar. Enfatizamos, entonces, que si bien el concepto de biopolítica no tiene un carácter moral, sino que se inscribe “más allá del bien y del mal”, incluso si lo tuviera, la opción economicista “anti-medicalización” no es “menos biopolítica” que el supuesto “gobierno de las/os médicas/os”.
5 Foucault, M. (2004), Sécurité, Territoire, Population. Cours au Collège de France. 1977-1978, Paris, Éditions Gallimard SEUIL.
6 Foucault, M. (2004), Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-1979, Paris, Éditions Gallimard SEUIL.
7 Foucault, M. (1975), Surveiller et Punir. Naissance de la prison, Paris, Éditions Gallimard.
8 De hecho, no nos detendremos en las cruciales reflexiones desarrolladas por Foucault a comienzos de la década del `80, cuando reformuló la grilla gubernamental en términos de gobierno mediante de la verdad y se dispuso a indagar formas de problematización de la relación consigo mismo, con los otros y con la verdad que tuvieron lugar en el mundo grecolatino, contraponiéndolas a la pastoral cristiana de las almas. Pastorado cristiano que, con su preocupación por velar al mismo tiempo por el rebaño en su totalidad y por cada una de las ovejas en particular (la célebre paradoja del pastor: omnes et singulatim), fue problematizado por Foucault como el antecedente remoto de la racionalidad política moderna y contemporánea.

jueves, 14 de mayo de 2020

Apuntes sobre un dispositivo de escucha telefónica para trabajadoras y trabajadores de un ‘hospital covid’ (Franco Ingrassia)




Apuntes sobre un dispositivo de escucha telefónica para trabajadoras y trabajadores de un ‘hospital covid’ (Franco Ingrassia)


13 mayo, 2020
A medida que pasan los días de la pandemia y los dispositivos de escucha telefónica comienzan a surgir un poco por todas partes, son acompañados también con capacitaciones y documentos donde se ofrece un “saber hacer” en esta situación inédita.

Pero al participar de esas capacitaciones o leer esos documentos es difícil escapar a cierta sensación de decepción, en tanto y en cuanto buena parte de las recomendaciones ofrecidas resultan muy fácilmente derivables de un sentido común tan previo a las actuales condiciones como indiferente a la singularidad de cada llamada.

Y ahí, en todo caso, podemos encontrar un punto de partida para una elaboración distinta. Si cada llamada es singular, entonces no podemos presuponer casi nada acerca de esa llamada. Pero si no podemos presuponer, ¿en qué podría basarse el “saber hacer” con el que nos manejaríamos en esta nueva práctica? La respuesta está en una noción que es crucial en cierta orientación del trabajo clínico: el “saber hacer con el no saber”. Es decir que de lo que se trata no es de “saber” por qué nos van a llamar, qué nos van a decir y, por ende, tener por anticipado lo que deberíamos responder, sino desarrollar un conjunto de recursos que permitan irse orientando a partir de la lectura de lo que el discurso de quien llame despliegue en su singularidad.

Ahora, ¿cómo se hace para leer algo que no sólo no está escrito sino que ni siquiera está dicho, sino que se va diciendo a medida que la llamada avanza y quien haya consultado habla?

En principio, escuchando. Porque en este dispositivo -al igual que en otros- la escucha es la precondición de la lectura. Pero ¿cómo hacer para escuchar? En principio, no presuponiendo. Activando lo que Fernando Ulloa (1995) denominó “estructuras de la demora” y que implican la puesta en suspenso de tres memorias:

la memoria casuística (el recuerdo que el contenido de una llamada nos suscite de otras situaciones “similares” que hemos atendido)
la memoria teórica (el recuerdo que el contenido de una llamada nos suscite de elementos de la teoría. [esta es la memoria que se activa, por ejemplo, cuando uno siente estar ante un caso “de libro”])
la memoria personal (el recuerdo que el contenido de una llamada nos suscite de algo que nos ha pasado o, más complicado todavía, nos esté pasando).
Ulloa, al presentar este recurso, aclara (y optamos por reproducir esta aclaración) que la demora es puesta en suspenso, no olvido. No se trata de que desconozcamos o de que nos olvidemos de la casuística, de la teoría o de nuestra experiencia personal. Pero sí será necesario demorar esas memorias, hasta una instancia posterior de reflexión o retrabajo, si queremos escuchar una llamada en su singularidad.


Avancemos un poco más: a esta posición de trabajo la podemos denominar “estar a a la escucha”. ¿Y qué implica esta posición? ¿De qué modo tenemos que estar implicadxs para asumirla?

Quizá resulte útil aquí la definición de Jean-Luc Nancy (2002) quien escribió un libro que se llama, justamente, “A la escucha”, donde puede leerse que “estar a la escucha es siempre estar a orillas del sentido o en un sentido de borde y extremidad, y como si el sonido no fuese justamente otra cosa que ese borde, esa franja o ese margen”.

Esa idea de estar siempre a orillas del sentido nos da la pauta de cuán lejos de las recomendaciones de sentido común nos lleva esta senda.

Estar a la escucha es apuntalar, mediante una recepción de las palabras de otrx, un trabajo de decir cosas para las que (casi) no hay palabras, porque están al borde del sentido, porque se trata de sentidos que tienen que ser construidos con posterioridad al momento mismo de ser dichos, no sentidos preexistentes que una llamada pueda comunicar o transmitir.

Esa escucha, entonces, es una escucha que no se apura por entender. Pero tampoco es en lo más mínimo indiferente al esfuerzo de quien llama por construir una inteligibilidad de las vivencias, quizá difíciles, quizá inéditas, quizá desbordantes, que está atravesando.


Marcelo Percia (1994) dice que el diálogo no le interesa “sólo como una posibilidad de hablar con otro, sino como la oportunidad de existir en otra recepción.»


Esa “oportunidad de existir en otra recepción” es la que se pone en juego cuando estamos a la escucha sin demandar que lo que quien nos llama dice tenga sentido desde el principio. Se está a la escucha, entonces, generando condiciones de recepción donde las cosas no tienen que estar necesariamente claras desde el principio. Donde hay tiempo para la elaboración, es decir, para un proceso donde las cosas puedan ir adquiriendo sentido, de forma contingente, a medida que se van desplegando. O después. Es decir, donde se pueda decir -y escuchar- algo sin estar seguro de qué es lo que se está diciendo -o escuchando.

¿Y por qué ofertar ese tipo de recepción? Porque habilita, si bien no garantiza, una elaboración tan singular como el malestar y las vivencias que causan la llamada. Habilita a que esa vivencia devenga, por subjetivación, una experiencia. Es decir que lo que vivimos tenemos que subjetivarlo para que se convierta en experiencia. ¿Y qué sería subjetivarlo? Convertirlo en parte de lo que somos, lograr que nos afecte pero no de forma inhibitoria, sino productiva, es decir, en el sentido de que altere nuestra subjetividad, nuestra forma de vivir y que podamos a la vez modular esas alteraciones desde una perspectiva de autonomía.

En un libro reciente, Alexandra Kohan (2019) ensaya una definición de aquello que el psicoanálisis oferta que podría resultarnos útil, si sometemos el texto a cierto proceso de reformulación en función de nuestra situación, es decir, si elaboramos una lectura. Afirma esta analista que “el psicoanálisis ofrece un espacio en el que alguien puede acallar un poco el ruido ensordecedor de los sentidos que se vociferan, para empezar a pensar algo que muchas veces contradice lo que creemos que somos, para extrañarnos, para desconocernos un poco a nosotros mismos. Allá afuera todos gritan su verdad, ya nadie calla ni por un instante lo que tiene para decir, aunque no necesariamente sea siempre un decir con consecuencias. Mientras tanto, un analista y un analizante se encuentran en el consultorio de alguna ciudad, con ese bullicio de fondo, e intentan recuperar un silencio que dé lugar a una palabra y permita escindir una experiencia.”

Es claro que no se trata para nosotros de “un analista y un analizante” que “se encuentran en el consultorio de alguna ciudad”. Pero el “bullicio de fondo”, el “ruido ensordecedor de los sentidos que se vociferan”, el “allá afuera” donde “todos gritan su verdad” y “nadie calla ni por un instante lo que tiene para decir” son elementos que podemos constatar que forman parte de la situación actual. Y la consigna de “recuperar un silencio que dé lugar a una palabra” nos pone en la pista de otra clave: si, como dijimos, para que haya lectura tiene primero que haber escucha, ahora podemos agregar que para que haya escucha tiene primero que haber un silencio que de lugar a la palabra. Finalmente, el cierre del fragmento nos proporciona la clave del objetivo de todas estas operaciones: tienen que darse de modo tal que permitan escindir (es decir, recortar de la masa caótica de percepciones que puede llegar a ser el registro de nuestras vivencias) una experiencia. 

Entonces, sabemos que hay una pandemia. Sabemos que el país está en emergencia sanitaria. Sabemos que la causa de esta pandemia es un virus respiratorio hasta el momento desconocido. Sabemos que la enfermedad que provoca ha sido denominada Covid-19. Sabemos cuáles son las zonas de transmisión local. Sabemos, porque lo chequeamos cada día, el número de nuevos casos confirmados. De casos acumulados. De tests realizados. De casos sospechosos descartados. Sabemos que nuestro hospital ha sido designado como “hospital covid-19” y se le ha asignado la tarea de asistir a personas portadoras del virus. Sabemos los protocolos de atención de cada servicio. Sabemos cuáles son las cosas que se discuten todavía. Sabemos las medidas de bioseguridad.


Lo que no sabemos es cómo todo esto impacta singularmente en esa trabajadora o trabajador del hospital que tomó la decisión de llamarnos. Y es en función de ese no saber que vamos a intentar construir, cada vez, una forma de recepción que habilite una elaboración tan singular como dicho impacto.

En esa línea y a modo de ejemplo: sabemos también cuál es la diferencia conceptual entre las nociones de ‘miedo’ y ‘angustia’. Sintetizando: el miedo remite a un objeto determinado. El miedo es formulable como asociado a una referencia. Es miedo a algo en concreto. Mientras que reservamos el término ‘angustia’ para hablar de ese miedo cuyo objeto el sujeto no puede precisar, no puede situar en su discurso. ¿Puede llegar a servirnos esa distinción conceptual a la hora de hacer una lectura de lo que hayamos escuchado en una llamada? Quizá sí. Pero la clave de esa lectura no podrá estar simplemente en la asignación de lo dicho por quien haya realizado la llamada a una de esas dos opciones, porque de ese modo la singularidad queda excluida por la operación de lectura. Va a ser siempre el modo singularizado de tener miedo o de estar angustiadx el que nos interese. El que permita que aquel que realiza la llamada pueda encontrar alguna clave para poder hacer algo distinto con eso que le está pasando que lo que pudo hacer hasta ahora.

Sabemos también que llamamos ‘trauma’ al efecto de la exposición de una subjetividad a vivencias que desbordan su capacidad de elaboración. Pero ahí hay que detenerse en la definición relacional de la noción de trauma. No se trata de que haya hechos traumáticos en sí mismos o que podamos definir como “objetivamente” traumáticos. Se trata siempre de un (mal) encuentro: entre determinadas vivencias y determinados recursos de elaboración. ¿Puede llegar a servirnos esta noción relacional a la hora de hacer una lectura de lo que hayamos escuchado en una llamada? Es posible. Pero la clave de esa lectura no podrá estar simplemente en adjetivar a quien realizó la llamada como un “sujeto traumatizado”. Va a ser siempre la singularidad de ese (mal) encuentro que provoca el trauma lo que nos interese. Porque nadie vive “la pandemia”, que es un fenómeno global por definición, sino vivencias singulares más o menos asociadas a ella. Y las vive con unas singularísimas capacidades de elaboración que son resultado de múltiples procesos de subjetivación. Entonces serán estas singularidades, y la posibilidad de ensayar nuevos encuentros, nuevas composiciones entre vivencias y recursos de elaboración, lo que permita que aquel que realiza la llamada pueda encontrar alguna clave para poder hacer algo distinto con eso que le está pasando que lo que pudo hacer hasta ahora.

Evidentemente, nada de esto se puede sostener demasiado tiempo sin recurrir a instancias de reflexión sobre nuestros actos. Es por eso que propongo que quienes estaremos recibiendo llamadas podamos a la vez convertirnos en quienes las realicen. Para que esas llamadas devengan instancias de retrabajo, donde podamos entender mejor lo que hicimos y aquello que con nuestro hacer ayudamos a que fuera posible.

Finalmente, este arco que va del silencio a la palabra, de la palabra a la escucha, de la escucha a la lectura y de la lectura a la intervención que apuntala recepciones que permitan escindir una experiencia podrá transitarse o no en una única llamada. En esta segunda alternativa, esa llamada podrá abrir un proceso y, de ese modo, constituirse en la primera de una serie. Constatado ese punto es que el cierre de esa llamada podrá implicar la oferta de un seguimiento, con la consecuente derivación en caso de que quien llama manifieste el deseo de seguir conversando.

Franco Ingrassia

Rosario, 6 de abril de 2020
francoingrassia@gmail.com

Posdata: si así planteada esta tarea les resulta imposible, quiere decir que vamos no sé si por un buen camino, pero al menos por un camino freudiano (es decir, de los que se hacen al andar).

Referencias

Kohan, Alexandra. “Psicoanálisis: por una erótica contra natura”. Indie Libros, Buenos Aires, 2019.

Nancy, Jean-Luc. “A la escucha”. Amorrortu, Buenos Aires, 2002.

Percia, Marcelo. “Una subjetividad que se inventa”. Lugar Editorial, Buenos Aires, 1994.

Ulloa, Fernando. “Novela Clínica Psicoanalítica”. Paidós, Buenos Aires, 1995

lunes, 4 de mayo de 2020

El cuidado de los que nos cuidan en la pandemia del coronavirus










Dra. Elena Bisso
Buenos Aires, 25.03.2020

EL SATSE, Sindicato de Enfermería en España, anunció que los profesionales de salud que trabajan en medio de la pandemia ya están en riesgo de estrés postraumático.

Uno de los mayores referentes en Psicopatología del trabajo es Christophe Dejours, que suele visitar nuestro país, Argentina, invitado por distintas instituciones sociales y de enseñanza universitaria.

Las enfermedades de la sobrecarga son una de las entidades en su libro Psicopatología del trabajo.

Una de ellas es el Burn-out:, denominación que aparece en la década de 1970 en los Estados Unidos (HJ Freudenberger, 1974) hace hincapié en el desgaste, agotamiento ante la excesiva demanda de energía y recursos.

La "Fatiga por compasión" precede al burn-out y se presenta esencialmente en aquellos profesionales que trabajan en actividades de ayuda y asistencia que requieren un alto compromiso emocional como es el caso de enfermeras, médicos y psiquiatras.

Algunas de las manifestaciones físicas del burn-out pueden ser:

dificultad para dormir;
fatiga excesiva;
episodios gastrointestinales;
dolor de espalda;
dolor de las ondas del corazón.
En cuanto a lo psíquico:

desprendimiento progresivo;
irritabilidad;
la desconfianza hacia los demás o rigidez;
pérdida de la autoestima;
pérdida de confianza;
mayor pesimismo;
cambios de humor.
Desde hace siete años investigo y transmito conceptos del campo de la salud mental laboral y psicopatología del trabajo. En una investigación que presenté en el XI Congreso de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, en Universidad de Buenos Aires en 2019, encontré que la fatiga por compasión, grado previo al burn-out, se origina en una identificación de angustia del profesional con sus pacientes[1].

Esto implica que no hay profesional libre de riesgos, no sólo físicos en la exposición al virus, sino psíquicos. El contacto permanente con la angustia, la incertidumbre y lo real del cuerpo, el umbral entre la vida y la muerte, tienen efectos en su propia angustia. Y estos efectos van más allá de la consciencia.

Esta pandemia nos enseña muchas cosas. No sólo pone en cuestión los ideales de la época sino que también ilumina la importancia que tiene para nuestra vida en sociedad, para nuestras vidas singulares, el trabajo cotidiano de estos profesionales que hoy están en un altísimo grado de exigencia.

La propuesta es, en le medida en que nos sea posible, cuidar a los que nos cuidan, mientras vislumbramos programas de prevención de las patologías de la sobrecarga. Médicos, enfermeros, y todos aquellos que cuidan a los enfermos necesitan ser cuidados por el sistema de salud.

1. La identificación de angustia en la fatiga por compasión: Un aporte psicoanalítico. Dra. Elena Bisso https://www.aacademica.org/000-111/959.pdf