Apuntes sobre un dispositivo de escucha telefónica para trabajadoras y
trabajadores de un ‘hospital covid’ (Franco Ingrassia)
13 mayo, 2020
A medida que pasan los días de la
pandemia y los dispositivos de escucha telefónica comienzan a surgir un poco
por todas partes, son acompañados también con capacitaciones y documentos donde
se ofrece un “saber hacer” en esta situación inédita.
Pero al participar de esas
capacitaciones o leer esos documentos es difícil escapar a cierta sensación de
decepción, en tanto y en cuanto buena parte de las recomendaciones ofrecidas
resultan muy fácilmente derivables de un sentido común tan previo a las
actuales condiciones como indiferente a la singularidad de cada llamada.
Y ahí, en todo caso, podemos
encontrar un punto de partida para una elaboración distinta. Si cada llamada es
singular, entonces no podemos presuponer casi nada acerca de esa llamada. Pero
si no podemos presuponer, ¿en qué podría basarse el “saber hacer” con el que
nos manejaríamos en esta nueva práctica? La respuesta está en una noción que es
crucial en cierta orientación del trabajo clínico: el “saber hacer con el no
saber”. Es decir que de lo que se trata no es de “saber” por qué nos van a
llamar, qué nos van a decir y, por ende, tener por anticipado lo que deberíamos
responder, sino desarrollar un conjunto de recursos que permitan irse
orientando a partir de la lectura de lo que el discurso de quien llame
despliegue en su singularidad.
Ahora, ¿cómo se hace para leer
algo que no sólo no está escrito sino que ni siquiera está dicho, sino que se
va diciendo a medida que la llamada avanza y quien haya consultado habla?
En principio, escuchando. Porque
en este dispositivo -al igual que en otros- la escucha es la precondición de la
lectura. Pero ¿cómo hacer para escuchar? En principio, no presuponiendo.
Activando lo que Fernando Ulloa (1995) denominó “estructuras de la demora” y
que implican la puesta en suspenso de tres memorias:
la memoria casuística (el
recuerdo que el contenido de una llamada nos suscite de otras situaciones
“similares” que hemos atendido)
la memoria teórica (el recuerdo
que el contenido de una llamada nos suscite de elementos de la teoría. [esta es
la memoria que se activa, por ejemplo, cuando uno siente estar ante un caso “de
libro”])
la memoria personal (el recuerdo
que el contenido de una llamada nos suscite de algo que nos ha pasado o, más
complicado todavía, nos esté pasando).
Ulloa, al presentar este recurso,
aclara (y optamos por reproducir esta aclaración) que la demora es puesta en
suspenso, no olvido. No se trata de que desconozcamos o de que nos olvidemos de
la casuística, de la teoría o de nuestra experiencia personal. Pero sí será
necesario demorar esas memorias, hasta una instancia posterior de reflexión o
retrabajo, si queremos escuchar una llamada en su singularidad.
Avancemos un poco más: a esta
posición de trabajo la podemos denominar “estar a a la escucha”. ¿Y qué implica
esta posición? ¿De qué modo tenemos que estar implicadxs para asumirla?
Quizá resulte útil aquí la
definición de Jean-Luc Nancy (2002) quien escribió un libro que se llama,
justamente, “A la escucha”, donde puede leerse que “estar a la escucha es
siempre estar a orillas del sentido o en un sentido de borde y extremidad, y
como si el sonido no fuese justamente otra cosa que ese borde, esa franja o ese
margen”.
Esa idea de estar siempre a
orillas del sentido nos da la pauta de cuán lejos de las recomendaciones de
sentido común nos lleva esta senda.
Estar a la escucha es apuntalar,
mediante una recepción de las palabras de otrx, un trabajo de decir cosas para
las que (casi) no hay palabras, porque están al borde del sentido, porque se
trata de sentidos que tienen que ser construidos con posterioridad al momento
mismo de ser dichos, no sentidos preexistentes que una llamada pueda comunicar
o transmitir.
Esa escucha, entonces, es una
escucha que no se apura por entender. Pero tampoco es en lo más mínimo
indiferente al esfuerzo de quien llama por construir una inteligibilidad de las
vivencias, quizá difíciles, quizá inéditas, quizá desbordantes, que está atravesando.
Marcelo Percia (1994) dice que el
diálogo no le interesa “sólo como una posibilidad de hablar con otro, sino como
la oportunidad de existir en otra recepción.»
Esa “oportunidad de existir en
otra recepción” es la que se pone en juego cuando estamos a la escucha sin
demandar que lo que quien nos llama dice tenga sentido desde el principio. Se
está a la escucha, entonces, generando condiciones de recepción donde las cosas
no tienen que estar necesariamente claras desde el principio. Donde hay tiempo
para la elaboración, es decir, para un proceso donde las cosas puedan ir
adquiriendo sentido, de forma contingente, a medida que se van desplegando. O
después. Es decir, donde se pueda decir -y escuchar- algo sin estar seguro de
qué es lo que se está diciendo -o escuchando.
¿Y por qué ofertar ese tipo de
recepción? Porque habilita, si bien no garantiza, una elaboración tan singular
como el malestar y las vivencias que causan la llamada. Habilita a que esa
vivencia devenga, por subjetivación, una experiencia. Es decir que lo que
vivimos tenemos que subjetivarlo para que se convierta en experiencia. ¿Y qué
sería subjetivarlo? Convertirlo en parte de lo que somos, lograr que nos afecte
pero no de forma inhibitoria, sino productiva, es decir, en el sentido de que
altere nuestra subjetividad, nuestra forma de vivir y que podamos a la vez
modular esas alteraciones desde una perspectiva de autonomía.
En un libro reciente, Alexandra
Kohan (2019) ensaya una definición de aquello que el psicoanálisis oferta que
podría resultarnos útil, si sometemos el texto a cierto proceso de
reformulación en función de nuestra situación, es decir, si elaboramos una
lectura. Afirma esta analista que “el psicoanálisis ofrece un espacio en el que
alguien puede acallar un poco el ruido ensordecedor de los sentidos que se
vociferan, para empezar a pensar algo que muchas veces contradice lo que
creemos que somos, para extrañarnos, para desconocernos un poco a nosotros
mismos. Allá afuera todos gritan su verdad, ya nadie calla ni por un instante
lo que tiene para decir, aunque no necesariamente sea siempre un decir con
consecuencias. Mientras tanto, un analista y un analizante se encuentran en el
consultorio de alguna ciudad, con ese bullicio de fondo, e intentan recuperar
un silencio que dé lugar a una palabra y permita escindir una experiencia.”
Es claro que no se trata para
nosotros de “un analista y un analizante” que “se encuentran en el consultorio
de alguna ciudad”. Pero el “bullicio de fondo”, el “ruido ensordecedor de los
sentidos que se vociferan”, el “allá afuera” donde “todos gritan su verdad” y
“nadie calla ni por un instante lo que tiene para decir” son elementos que
podemos constatar que forman parte de la situación actual. Y la consigna de
“recuperar un silencio que dé lugar a una palabra” nos pone en la pista de otra
clave: si, como dijimos, para que haya lectura tiene primero que haber escucha,
ahora podemos agregar que para que haya escucha tiene primero que haber un
silencio que de lugar a la palabra. Finalmente, el cierre del fragmento nos
proporciona la clave del objetivo de todas estas operaciones: tienen que darse
de modo tal que permitan escindir (es decir, recortar de la masa caótica de
percepciones que puede llegar a ser el registro de nuestras vivencias) una experiencia.
Entonces, sabemos que hay una
pandemia. Sabemos que el país está en emergencia sanitaria. Sabemos que la
causa de esta pandemia es un virus respiratorio hasta el momento desconocido.
Sabemos que la enfermedad que provoca ha sido denominada Covid-19. Sabemos
cuáles son las zonas de transmisión local. Sabemos, porque lo chequeamos cada
día, el número de nuevos casos confirmados. De casos acumulados. De tests
realizados. De casos sospechosos descartados. Sabemos que nuestro hospital ha
sido designado como “hospital covid-19” y se le ha asignado la tarea de asistir
a personas portadoras del virus. Sabemos los protocolos de atención de cada
servicio. Sabemos cuáles son las cosas que se discuten todavía. Sabemos las
medidas de bioseguridad.
Lo que no sabemos es cómo todo
esto impacta singularmente en esa trabajadora o trabajador del hospital que
tomó la decisión de llamarnos. Y es en función de ese no saber que vamos a
intentar construir, cada vez, una forma de recepción que habilite una elaboración
tan singular como dicho impacto.
En esa línea y a modo de ejemplo:
sabemos también cuál es la diferencia conceptual entre las nociones de ‘miedo’
y ‘angustia’. Sintetizando: el miedo remite a un objeto determinado. El miedo
es formulable como asociado a una referencia. Es miedo a algo en concreto.
Mientras que reservamos el término ‘angustia’ para hablar de ese miedo cuyo
objeto el sujeto no puede precisar, no puede situar en su discurso. ¿Puede
llegar a servirnos esa distinción conceptual a la hora de hacer una lectura de
lo que hayamos escuchado en una llamada? Quizá sí. Pero la clave de esa lectura
no podrá estar simplemente en la asignación de lo dicho por quien haya
realizado la llamada a una de esas dos opciones, porque de ese modo la
singularidad queda excluida por la operación de lectura. Va a ser siempre el
modo singularizado de tener miedo o de estar angustiadx el que nos interese. El
que permita que aquel que realiza la llamada pueda encontrar alguna clave para
poder hacer algo distinto con eso que le está pasando que lo que pudo hacer
hasta ahora.
Sabemos también que llamamos
‘trauma’ al efecto de la exposición de una subjetividad a vivencias que
desbordan su capacidad de elaboración. Pero ahí hay que detenerse en la
definición relacional de la noción de trauma. No se trata de que haya hechos
traumáticos en sí mismos o que podamos definir como “objetivamente”
traumáticos. Se trata siempre de un (mal) encuentro: entre determinadas
vivencias y determinados recursos de elaboración. ¿Puede llegar a servirnos
esta noción relacional a la hora de hacer una lectura de lo que hayamos
escuchado en una llamada? Es posible. Pero la clave de esa lectura no podrá
estar simplemente en adjetivar a quien realizó la llamada como un “sujeto
traumatizado”. Va a ser siempre la singularidad de ese (mal) encuentro que
provoca el trauma lo que nos interese. Porque nadie vive “la pandemia”, que es
un fenómeno global por definición, sino vivencias singulares más o menos
asociadas a ella. Y las vive con unas singularísimas capacidades de elaboración
que son resultado de múltiples procesos de subjetivación. Entonces serán estas
singularidades, y la posibilidad de ensayar nuevos encuentros, nuevas
composiciones entre vivencias y recursos de elaboración, lo que permita que aquel
que realiza la llamada pueda encontrar alguna clave para poder hacer algo
distinto con eso que le está pasando que lo que pudo hacer hasta ahora.
Evidentemente, nada de esto se
puede sostener demasiado tiempo sin recurrir a instancias de reflexión sobre
nuestros actos. Es por eso que propongo que quienes estaremos recibiendo
llamadas podamos a la vez convertirnos en quienes las realicen. Para que esas
llamadas devengan instancias de retrabajo, donde podamos entender mejor lo que
hicimos y aquello que con nuestro hacer ayudamos a que fuera posible.
Finalmente, este arco que va del
silencio a la palabra, de la palabra a la escucha, de la escucha a la lectura y
de la lectura a la intervención que apuntala recepciones que permitan escindir
una experiencia podrá transitarse o no en una única llamada. En esta segunda
alternativa, esa llamada podrá abrir un proceso y, de ese modo, constituirse en
la primera de una serie. Constatado ese punto es que el cierre de esa llamada
podrá implicar la oferta de un seguimiento, con la consecuente derivación en
caso de que quien llama manifieste el deseo de seguir conversando.
Franco Ingrassia
Rosario, 6 de abril de 2020
francoingrassia@gmail.com
Posdata: si así planteada esta
tarea les resulta imposible, quiere decir que vamos no sé si por un buen
camino, pero al menos por un camino freudiano (es decir, de los que se hacen al
andar).
Referencias
Kohan, Alexandra. “Psicoanálisis:
por una erótica contra natura”. Indie Libros, Buenos Aires, 2019.
Nancy, Jean-Luc. “A la escucha”.
Amorrortu, Buenos Aires, 2002.
Percia, Marcelo. “Una
subjetividad que se inventa”. Lugar Editorial, Buenos Aires, 1994.
Ulloa, Fernando. “Novela Clínica
Psicoanalítica”. Paidós, Buenos Aires, 1995
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